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ALENA TRUBITSINA

Obras de ALENA TRUBITSINA

BESTIARIOS HÍBRIDOS Y LITURGIAS DE LA OPACIDAD

Por Antonio Sánchez. Director y curador de 1819 art gallery

La muestra se inaugura como un organismo atmosférico: un flujo continuo de pigmento, grafito y tinta que convierte el recinto en membrana respiratoria. El visitante ingresa y percibe cómo los contornos arquitectónicos dejan de ser un límite sólido para comportarse como epidermis porosa; la superficie pictórica emana calor, humedad y rumor, y esa emanación altera de inmediato el ritmo cardiaco de quien observa. Cada imagen, lejos de poseer un perímetro cerrado, funciona como válvula que inhala y exhala estímulos, convocando un estado en el que la mirada se vuelve también parte del sistema circulatorio del lugar. Desde el primer paso se entiende que estamos ante una trama viviente que modula la densidad del aire y desafía la expectativa de un recorrido lineal. Ese tejido visual está poblado por figuras híbridas: seres de tez azulada o verdosa que dialogan con cánidos esmeralda, aves de pico rojo o serpientes áureas. No se trata de un zoológico fantástico, sino de un ecosistema conceptual donde cada criatura encarna tensiones entre lo instintivo y lo racional, entre lo que se retuerce en la entraña y lo que se presenta con máscara de aplomo. Al confrontarse con estos cuerpos ambiguos, la mente del espectador abandona la clasificación taxonómica, la vieja pregunta de “¿qué soy yo frente a esto?” y se adentra en la constatación de que identidad y entorno son procesos recíprocos. Las bocas que se abren en torsos y los ojos que surgen de flores recuerdan que lo humano porta siempre una cuota de animalidad, de vegetal, de máquina, y que toda distinción rotunda es un artificio reciente. Las vasijas pintadas, por su parte, asoman como reliquias de un museo imaginario. Al principio evocan la calma de un almacén de antigüedades, pero pronto revelan grietas por donde se filtran serpientes, líquidos y miradas interiores. Ese gesto pictórico de rotura alude a la historia de contención y dominio que pesa sobre los objetos: jarras, frascos y cofres que custodian restos coloniales, clasificaciones médicas y taxonomías de lo exótico. Sin embargo, la fisura también propone escape y transformación; el recipiente quebrado se convierte en umbral que permite salir, o entrar, a otra lógica relacional, una lógica basada más en la circulación de fuerzas que en el acopio de bienes. La obra explora igualmente la anatomía como territorio en fuga. Órganos abiertos, laberintos intestinales y membranas ginecidas aparecen en tinta negra, mostrando la intimidad como espacio político. Al insistir en estas configuraciones internas, la serie recuerda que cada cuerpo contiene archivos de memoria y que esos archivos, aunque privados, participan en negociaciones públicas de poder. Las líneas finas que dibujan cavidades y nervaduras funcionan como mapas filtrados por la conciencia: cartografías afectivas donde se almacenan traumas colectivos, utopías latentes y ficciones de lo posible. Para acoger esta pluralidad iconográfica, el diseño expositivo rehúye la tradicional secuencia de pasillo y esquina. En su lugar se propone una ruta ramificada, inspirada en redes neuronales y sistemas de raíces, de modo que el visitante decide en cada intersección qué rama seguir. Pasajes estrechos obligan a reducir la velocidad, plataformas abiertas ofrecen tiempo para la contemplación prolongada y nichos oscuros invitan a percibir la obra con los parpados semientornados, algo que la propia iluminación, calibrada para oscilar entre penumbras sedosas y halos intensos, refuerza. El resultado es un tránsito que descompone la idea de principio y final: uno se mueve como dentro de un delta, donde cada brazo del río devuelve al cauce principal sin repetir experiencia.

El discurso que atraviesa todo el conjunto celebra la vulnerabilidad como fuerza transformadora. Los cuerpos pintados exhiben fisuras, sangrados y mutaciones, no para romantizar la herida sino para evidenciar que cualquier forma estable es siempre provisional. Ese reconocimiento otorga agencia: aceptar la fisura como punto de partida abre la puerta a imaginar modos de vida basados en la interdependencia, donde la fortaleza se mide por la capacidad de adaptarse y no por la dureza del límite. La propuesta, por tanto, convoca al público a abrazar la incomodidad productiva, a soltar la obsesión por el sentido fijo y a ejercer la mirada como acto de cuidado; observar implica reconocer que la imagen nos observa de vuelta, que late, que respira, que exige reciprocidad. Al cierre, si es que puede hablarse de cierre, la muestra no entrega respuestas definitivas. En lugar de clausurar la pregunta sobre cómo sostener la vida común en medio de un planeta convulso, ofrece un prototipo de convivencia estética donde pigmento, soporte, aire, humedad y presencia humana conforman un mismo haz de relaciones. Se sugiere, así, que el futuro de la creación visual quizá no dependa de inventar iconografías inéditas, sino de aprender a orquestar vínculos más densos, más responsables y más afectivos entre lo que vemos y lo que hacemos con lo visto. Ese aprendizaje comienza aquí, en un espacio que se declara abiertamente poroso: una invitación a respirar juntos, a compartir vulnerabilidad y a practicar la opacidad como derecho a existir sin que todo sea completamente revelado.

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