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ANTONIO GALVEZ

Obras de ANTONIO GALVEZ

GEOLOGÍAS DEL SILENCIO – LA PINTURA DE ANTONIO GÁLVEZ

Por Antonio Sánchez. Director y curador de 1819 art gallery

Hay paisajes que no se miran, sino que se escuchan en sordina. Superficies donde la materia no representa, sino que susurra, resuena, se sedimenta. La obra de Antonio Gálvez se sitúa justamente en ese umbral: entre el paisaje y la abstracción lírica, entre la geología y la emoción, entre el tiempo de la roca y el tiempo del gesto pictórico.

En esta serie —que podríamos nombrar Geologías del silencio— cada pintura aparece como el resultado de un proceso lento, casi tectónico, donde el color no se impone, sino que emerge. No hay aquí figuración directa, pero sí una fidelidad profunda a la experiencia del paisaje, no como imagen, sino como estado de percepción expandida. Se evocan valles, cordilleras, derretimientos, tormentas en pausa, lagos densos, crestas erosionadas. Pero nada de eso está dado, todo está en tránsito.

A diferencia del paisaje romántico, donde la naturaleza se alza como espectáculo frente a un sujeto absorto, Gálvez propone una inmersión sin centro. En esta pintura no hay horizonte fijo: lo sólido se vuelve líquido, lo estable se filtra, lo distante se disuelve. Su uso de veladuras, empastes y transparencias convoca una atmosfera táctil, en la que el ojo y el cuerpo quedan atrapados en un vaivén de capas, surcos y derrames.

En diálogo con el legado moderno de la abstracción lírica —de Zao Wou-Ki a Esteban Vicente, o incluso de Helen Frankenthaler en su fase más atmosférica—, Antonio Gálvez rehúye toda gestualidad grandilocuente. La suya es una pintura contenida, meditativa, casi mineral, donde cada trazo parece haber sido decantado por la gravedad más que por la voluntad. En este sentido, su práctica se emparenta con lo que Robert Motherwell llamó “la elegancia de la reducción”.

Las referencias a procesos naturales son constantes, pero nunca ilustrativas. En títulos como Avalancha, Deshielo, Carámbanos o El lago, se adivina una preocupación por los climas extremos, por los estados de transición de la materia. Más que pintar la nieve o el hielo, Gálvez parece indagar en la memoria líquida del mundo, en esa dimensión donde la tierra aún recuerda su estado anterior.

La presencia del azul, del gris y del blanco es dominante, pero no monótona. Son colores que no designan un objeto, sino un régimen emocional: frío, sí, pero también íntimo, introspectivo, callado. En obras como Silencio o Pasión fría de la roca, se pone en juego un lenguaje casi espiritual, donde la pintura se convierte en un espacio de recogimiento, de latencia, de contemplación sin objeto.

Y es justamente en esta economía del gesto, en esta sobriedad casi monástica, donde radica la potencia de su propuesta. Gálvez no busca deslumbrar ni seducir. Su pintura trabaja como el agua: erosiona lentamente nuestras formas de mirar, hasta devolvernos a una sensibilidad más porosa, más abierta, más atenta al detalle mínimo, al tiempo profundo, al temblor de lo casi inmóvil.

Exponer esta serie no requiere un recorrido narrativo ni cronológico. Las obras dialogan entre sí como estratos de un mismo territorio emocional. Algunas se abren al espacio con líneas horizontales que sugieren horizontes velados (Amanecer, Inicio de tormenta); otras se repliegan en una verticalidad casi abisal (Dana, Azules derramado). Todas, sin embargo, comparten una cualidad esencial: la temporalidad lenta del proceso pictórico, que recuerda los ciclos de formación geológica o los deshielos del tiempo glacial.

Esta colección no se contempla, se respira.

En un mundo saturado de imágenes rápidas, de colores ruidosos y formas codificadas, la pintura de Antonio Gálvez se atreve a habitar la pausa. A través de capas sutiles, texturas evaporadas y cromatismos contenidos, nos invita a recuperar una mirada más lenta, más porosa, más conectada con lo esencial.

Geologías del silencio es una propuesta donde el paisaje no es tema, sino método. Una pintura que no representa, sino que encarna estados de materia y de alma. Un arte que no se explica, sino que acontece. En sus grietas, capas y deshielos, tal vez podamos encontrar no respuestas, sino una forma distinta de estar con el mundo.

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