LOS “ROSTROS DIACRÓNICOS” DE CARMEN LÓPEZ REY
Por Pedro Alberto Cruz
En un periodo como el actual en el que el feminismo parece escindirse en una miríada de microrrelatos enfrentados entre sí, la serie Sororidad-Somos una, de Carmen López Rey, plantea un espacio de unidad y de encuentro en el que lo que prima es el poder de la mujer y su capacidad para abrir nuevas posibilidades para el desarrollo social de lo femenino. La gran problemática a la que se enfrenta el feminismo es la falta de una perspectiva totalizadora que, en lugar de crear compartimentos históricos estancos, permita vivir el entero relato del empoderamiento de la mujer como una línea de progreso única y continuada en el tiempo. La actual disputa entre las posfeministas y las feministas clásicas ha introducido un desgarro en la narrativa de la conquista de los derechos de la mujer que Carmen López Rey pretende coser a través de lo que podríamos denominar una galería de rostros diacrónicos.
Los veinticuatros retratos que conforman esta serie se configuran a partir de la repetición de una misma estructura: como si de una spleen screen –“pantalla partida”- se tratara, cada rostro aparece biseccionado por una rigurosa línea negra. A la izquierda -según mira el espectador- aparece la mitad del rostro de una mujer pionera en alguna actividad, representado en blanco y negro; a la derecha, se muestra la mitad de la cara de otra figura femenina más cercana en el tiempo, que ha sobresalido en el mismo campo laboral. Este personaje más contemporáneo ha sido plasmado en color. La convivencia del blanco y negro y el color explicita el relato de esfuerzos que existe detrás de cada logro social alcanzado por la mujer. Cada rostro condensa un despliegue temporal que abarca décadas e, incluso, siglos, y que confiere al proceso de empoderamiento femenino una unidad de acción.
Los “rostros diacrónicos” de Carmen López Rey juegan inteligentemente con la dialéctica unidad/dualidad. La unidad, por un lado, surge de la reconstrucción del relato feminista hasta convertirlo en el resultado de un mismo impulso; la dualidad, por otro, constituye una apertura de las monovisiones de la sociedad patriarcal, basadas en la normativa del “uno”, del cierre, de la ausencia de alternativas a su sistema monolítico de interpretar el mundo. Que los retratos de López Rey transiten desde la identidad única a la doble supone una apertura al “dos” que resume, perfectamente, el ideario del movimiento feminista.
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