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DIANA BECERRA

Obras de DIANA BECERRA

LA PIEL DE LA CIUDAD. ESTRATOS DE TIEMPO Y MEMORIA

Por Antonio Sánchez. Director y curador de 1819 art gallery

Cada ciudad tiene su piel. No es lisa ni uniforme; está llena de cicatrices, parches y huellas de su propia transformación. Esta serie fotográfica captura ese lenguaje visual de la urbe, un diálogo entre el desgaste, la materia y el tiempo. Las superficies aquí retratadas, lejos de ser meras texturas, se presentan como registros de la historia colectiva, narraciones abstractas que evocan tanto la presencia como la ausencia.

Estas imágenes no documentan un instante, sino múltiples tiempos superpuestos. Son el resultado de capas de pintura descascarada, de afiches arrancados, de manchas de óxido que han ido dejando su impronta en las paredes como si fueran trazos involuntarios de un pintor anónimo. La ciudad no es estática; es un lienzo en constante cambio, una acumulación de rastros donde lo nuevo se asienta sobre lo viejo y lo borra, pero nunca del todo.

El desgaste es, en esta serie, una forma de escritura. Cada grieta, cada rasguño y cada mancha funcionan como signos de un alfabeto urbano no codificado, pero que podemos leer desde la intuición y la memoria. La pintura que se descascara no solo revela capas anteriores, sino que nos habla de una historia que quedó atrapada en la superficie.

Los colores, desgastados o vibrantes, no fueron elegidos por una intención artística, pero terminan componiendo imágenes que parecen fragmentos de un mural inconsciente. El amarillo y el azul se funden en un diálogo accidental, los restos de carteles crean una textura casi pictórica, la corrosión de una puerta metálica nos muestra una cartografía involuntaria.

Las paredes y superficies urbanas son testigos mudos de la vida que las rodea. Contienen las marcas del tiempo, pero también las de la acción humana: capas de pintura que alguien aplicó apresuradamente, grafitis borrados, huellas de carteles publicitarios que intentaron cubrir otras imágenes antes de ser arrancados por el viento o por el abandono.

La ciudad es un palimpsesto. Lo que vemos hoy es solo el último estrato de una serie de modificaciones que se han dado sin pausa. Esta serie fotográfica capta ese proceso de acumulación y desaparición simultánea, donde cada muro es un archivo incompleto. Hay algo en estas imágenes que nos remite a la fragilidad de la memoria.

El deterioro es, paradójicamente, una forma de permanencia. Aunque la intención original de la pintura, el cartel o la intervención haya desaparecido, su rastro sigue ahí. Lo que un día fue un anuncio o una firma de grafiti se convierte en un residuo abstracto, un vestigio que sobrevive a su propia función inicial.

Pero si el tiempo borra, también construye. La ciudad se compone de capas sobre capas, y lo que parece destrucción es, en realidad, parte de un ciclo de transformación. En estas imágenes, el desgaste no es el final de algo, sino el nacimiento de una nueva forma visual, una composición que surge del azar y la entropía.

Las texturas en esta serie evocan sensaciones táctiles. Se pueden casi sentir las superficies ásperas de la pintura descascarada, la rugosidad del metal oxidado, la fragilidad del papel que se descompone en los muros. Hay algo profundamente físico en estas imágenes, algo que va más allá de lo visual y nos hace imaginar su contacto, su olor, incluso su sonido al ser tocado por el viento o la lluvia.

No son imágenes planas ni estáticas. Son superficies vivas, marcadas por la historia de su entorno. Cada fotografía es un fragmento de un todo mayor: un muro que ha visto pasar generaciones, una puerta que ha sido cerrada y abierta mil veces, una esquina donde alguien pegó un cartel y otro lo arrancó sin dejar rastro de su mensaje.

Al mirar de cerca estas paredes, estas puertas oxidadas, estos fragmentos de afiches rotos, encontramos una belleza inesperada. No es la belleza ordenada de una pintura meticulosamente creada, sino la de la imperfección, la de los procesos naturales que esculpen la ciudad sin necesidad de la mano del artista.

Es la belleza de lo transitorio. Nada en estas imágenes es definitivo. Cada uno de estos muros seguirá transformándose, perdiendo fragmentos, ganando nuevas capas, siendo intervenido por la intemperie o por la mano humana. En este sentido, estas fotografías no solo registran el presente de la ciudad, sino que anticipan su futuro: lo que hoy es una textura fascinante, mañana puede ser un muro completamente distinto.

Esta serie nos invita a mirar de otra manera. Lo que muchas veces pasamos por alto—una pared corroída, un cartel a medio borrar, una mancha de pintura—se revela aquí como un testimonio visual poderoso. Estas imágenes nos obligan a detenernos y ver la ciudad no solo como un espacio funcional, sino como una obra en constante evolución.

En la piel de la ciudad hay historia, hay memoria y hay arte, aunque no haya sido intencional. Pero al ser fotografiada, resignificada, enmarcada por la mirada del artista, esa piel urbana se convierte en algo más: un documento visual, un poema sin palabras, una pintura sin autor.

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