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ELENA SÁNCHEZ CALATRAVA

Obras de ELENA SÁNCHEZ CALATRAVA

LLENAS DE CIELO, LÍNEA Y MEMORIA

Una exposición sobre lo que insiste en el trazo, lo que habita en la forma y lo que se niega al silencio

Por Antonio Sánchez. Director y curador de 1819 art gallery

“Toda forma es la memoria de una fuerza.”
Gilles Deleuze

Entre el ruido de las ciudades, los algoritmos que nos codifican y las fronteras que dictan los cuerpos legítimos, esta exposición propone una deriva hacia lo lleno. No como exceso, sino como presencia. No como plenitud, sino como insistencia. Aquí, estar llena no es un estado, es un modo de estar en el mundo: ser atravesada, habitada, construida por capas de historia, materia y deseo. Llenas de cielo, de líneas, de memorias y de afectos inasibles.

Las obras aquí reunidas conforman una constelación de resonancias. No se leen de forma lineal ni responden a una cronología ni a un orden jerárquico. Operan como fragmentos vivos de un relato coral donde el dibujo se expande, la escultura enuncia y la arquitectura se vuelve emocional. En este paisaje plástico, el rostro, la repetición, la línea, el color y la estructura se convierten en ejes relacionales más que en categorías formales.

La línea no es contorno ni ornamento. Es cuerpo, es nervadura, es memoria. En estas obras, el trazo construye no solo formas, sino vínculos. Es un gesto que toca, que bordea, que insiste. Como en los dibujos de figura femenina que se repiten, envolviéndose unas a otras en velos cromáticos que son tanto piel como paisaje, la línea es archivo afectivo, tejido identitario, código emocional. Una forma de decir sin pronunciar.

Desde una perspectiva somática, estas figuras no ilustran cuerpos: los encarnan. Y al hacerlo, se convierten en archivos vivos de lo que ha sido negado o silenciado en las narrativas visuales dominantes. El uso reiterado del rostro femenino (nunca individualizado, nunca psicológico, siempre colectivo) no es una representación, sino una declaración: el cuerpo como documento, la forma como gesto político.

En diálogo con estas figuras, aparecen arquitecturas intervenidas, cielos atravesados por cables, formas geométricas que vibran como enjambres. Lejos de ser fondos o escenarios, estas estructuras actúan como topologías afectivas, como espacios mentales donde lo íntimo se vuelve geografía. En estas obras, lo urbano no es un lugar de control, sino un espacio por habitar desde el cuerpo, desde lo cotidiano, desde lo sensorial.

Una mirada crítica permite leer aquí una espacialidad expandida, donde el diseño especulativo, la ciudad, la mirada y el cuerpo conviven sin conflicto. En este sentido, la exposición articula un pensamiento visual que incorpora influencias de arquitecturas críticas (Rem Koolhaas, Lina Bo Bardi) y de cartografías afectivas, proponiendo una museografía porosa, donde la obra no se aísla sino que se interconecta.

Azul, naranja, blanco, rojo, dorado, negro: cada color aquí no es decorativo, es atmosférico. En estas piezas, el color se convierte en campo de intensidad, en emoción condensada, en lugar habitable. El uso cromático construye una lógica narrativa que no depende de la palabra, sino de la percepción: un lenguaje que se siente antes que se entiende. Un lenguaje visual cargado de símbolos, de diferencias, de silencios compartidos.

En esa lógica, la repetición cromática funciona como una forma de ritmo. La exposición puede leerse como una partitura visual donde el cuerpo y la arquitectura se repiten no para fijar una identidad, sino para permitir su transformación.

Lo que emerge en esta exposición no son “obras sobre” un tema, sino dispositivos vivos. La mirada no es pasiva: el espectador es interpelado, invitado a reconocer, a reconocerse, a re-conocerse en la vibración de un rostro, en la insistencia de una silueta, en la textura de una superficie que parece respirar.

Desde una perspectiva epistemológica descolonial, esta propuesta no busca universalizar una experiencia, sino permitir la emergencia de lo situado, lo encarnado, lo relacional. Se trata de una colección que asume el espacio expositivo como campo de disputa simbólica, pero también como refugio poético.

Aquí, el archivo no es frío, ni el cuerpo está cerrado. Lo que se exhibe no son verdades, sino preguntas abiertas. La exposición no ofrece respuestas; ofrece una atmósfera.

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