UN GRITO ILUSTRADO
Por Antonio Sánchez. Director y curador de 1819 art gallery
La obra de Fabricio tiene un origen paradójico: la ilustración infantil, un espacio donde la luz y la inocencia reinan. Sin embargo, esta génesis contrasta con la brutalidad de su producción actual, donde las imágenes que antes tejían fantasías ahora desgarran realidades. Aquí, la transición no solo es técnica, sino ética y emocional. La infancia y la inocencia se desdibujan bajo un manto de violencia, corrupción y deshumanización; un espejo que refleja con crudeza las sombras de México.
Walter Benjamin afirmó: “No existe ningún documento de la cultura que no sea a la vez un documento de la barbarie”. Esta colección encarna esa dualidad. Cada obra es una pieza cultural y, simultáneamente, una denuncia de las atrocidades que subyacen en la historia contemporánea: la violencia estructural, el abuso contra las mujeres y la corrupción institucional.
Violencia y Desgarramiento: La Estética de la Fragmentación
En la serie, el artista opta por un lenguaje visual donde la fragmentación y el caos predominan. Los cuerpos desmembrados, las siluetas distorsionadas y los gritos mudos configuran una poética del desgarro. Los trazos oscuros, a menudo monocromáticos, sugieren un diálogo entre la vida y la muerte, la palabra y el silencio. Las imágenes no permiten indiferencia: te arrastran al corazón de un país herido.
La mujer ocupa un lugar central en esta narrativa. No como musa o figura idealizada, sino como un símbolo de resistencia y sufrimiento. La comercialización de su cuerpo, su silenciamiento y su lucha se exponen con crudeza y sin ornamentos. En este sentido, el artista recupera la función social del arte, convirtiéndolo en un instrumento de crítica y de visibilización.
El Mito como Lenguaje de la Denuncia
El artista establece un puente entre lo contemporáneo y lo ancestral. Los símbolos prehispánicos, como el Uróboros o la diosa Coyolxauhqui, dialogan con el presente, resignificados como metáforas del ciclo interminable de violencia y opresión. Esta conexión no es casual; refleja una continuidad histórica donde el cuerpo femenino ha sido desmembrado simbólica y físicamente. Aquí, la denuncia se vuelve más potente al enraizarse en mitos que nos pertenecen a todos.
La presencia del Uróboros —la serpiente que se devora a sí misma— es un símbolo clave. Representa el ciclo eterno de violencia que amenaza con devorar al país entero. Es también una metáfora del desgaste humano, del tiempo que consume a las víctimas y a quienes intentan resistir.
La Palabra Silenciada: Ecos Visuales de la Censura
El uso de letras y palabras fragmentadas en la obra no es casual. Es un recordatorio de que el silencio no es siempre ausencia de voz, sino imposición. El artista denuncia la censura en todas sus formas: la autocensura, el miedo, las voces acalladas por la violencia o la impunidad. Aquí, la palabra rota se convierte en un símbolo universal de resistencia.
Una Estética del Horror: La Experiencia del Espectador
La obra provoca una experiencia emocional e intelectual compleja. Al observar estas imágenes, el espectador es arrancado de su comodidad y obligado a confrontar preguntas incómodas: ¿Cómo hemos normalizado la violencia? ¿Qué papel jugamos como sociedad en la perpetuación de estos ciclos? Esta no es una colección contemplativa, sino combativa. Busca despertar consciencias, confrontar la pasividad y abrir espacios de diálogo.
El filósofo Theodor Adorno dijo: “Todo arte auténtico es una negación del orden existente”. Esta colección responde a ese principio: su función no es adornar paredes, sino incomodar, cuestionar y desestabilizar. El arte, aquí, no es solo un lenguaje estético, sino un grito visual que exige justicia.
El Arte como Acto de Resistencia
En esta colección, el artista despliega un lenguaje visual que, aunque desgarrador, nunca pierde la esperanza. La violencia, la corrupción y la cosificación de la mujer se muestran sin filtros, pero también con una potencia resiliente que sugiere que el ciclo puede romperse. Es un llamado urgente, un manifiesto visual que exige transformar la oscuridad en luz.
La obra nace del dolor, pero trasciende el horror. Porque, como escribió el poeta Octavio Paz: “La verdadera obra de arte tiene siempre algo de invocación, de conjuro y de exorcismo”. Este cuerpo de trabajo es, precisamente, un exorcismo colectivo: una forma de liberar las sombras que nos atan y vislumbrar un nuevo horizonte donde el arte, como acto de resistencia, tenga la última palabra.