La colección Felix Zilinskas revela una vívida exploración de la forma y la psique humana a través de una paleta cromática audaz y una estilización geométrica distinta. Los elementos visuales se entrelazan con la narrativa, evocando un diálogo entre la abstracción moderna y la representación figurativa.

El uso de colores saturados y contrastes agudos remite a la paleta expresionista, mientras que la simplificación de las formas y la distorsión de la perspectiva hallan eco en los experimentos cubistas. La colección, en su conjunto, podría ser vista como una celebración posmoderna de movimientos anteriores, encapsulando tanto la dislocación fauvista de color como la descomposición cubista del plano.

La técnica es meticulosa, con una atención particular en la superposición de texturas y el juego entre la línea y el color. Los contornos son a menudo definidos, aunque parcialmente descompuestos, lo que sugiere una influencia de la escuela de París y sus postimpresionistas, como Lautrec y Gauguin, en cuanto a la línea y el uso narrativo del color.

Históricamente, se observa un parentesco con los retratos psicológicos de Modigliani, donde la forma humana se alarga y estiliza para enfatizar la emotividad sobre la precisión anatómica. La abstracción, en algunos aspectos, recuerda a Kandinsky, con sus líneas fluidas y la desvinculación del objeto, mientras que la planificación del espacio y la composición puede ser una nodriza al constructivismo y su interés en la estructura y el espacio.

En términos de mensaje, la colección parece indagar en la condición humana, explorando temas de aislamiento, introspección y la búsqueda de identidad. Cada obra funciona como una ventana a un estado emocional particular, donde el espectador es invitado a trascender lo visual y confrontar la complejidad del ser.

Finalmente, la colección se sitúa en el umbral de lo tradicional y lo innovador, utilizando técnicas y estilos históricos como puntos de partida para una exploración más profunda y contemporánea de la experiencia humana.