TOPOGRAFÍAS DEL UMBRAL
Por Antonio Sánchez. Director y curador de 1819 art gallery
En los pliegues silentes de la tierra, entre las escansiones de la luz y la métrica de las sombras, se inscribe «Topografías del Umbral», una exposición que convoca la mirada hacia geografías tanto externas como interiores. Esta serie de imágenes no busca simplemente representar paisajes o arquitecturas, sino cavar en sus texturas, fracturas y resonancias afectivas. Cada fotografía aquí propuesta actúa como umbral: pasaje entre estados de la materia, de la percepción y de la conciencia, desplegando una sensibilidad hacia los límites porosos entre lo visible y lo latente.
Inspirados en la concepción deleuziana del rizoma, donde la estructura no es árbol ni jerarquía, sino expansión continua y conexión múltiple (Deleuze y Guattari, Mil mesetas, 1980), los fragmentos visuales de esta muestra se presentan como entradas posibles a un territorio expandido. No hay un centro, no hay un final: el espectador es invitado a trazar su propia cartografía sensorial, siguiendo las tensiones de la luz, las brechas del tiempo y los pliegues de la materia.
La selección atraviesa registros diversos: desde la aridez minimalista de un árbol solitario sobre el desierto, imagen que evoca la «arqueología del presente» de Robert Smithson, hasta la tensión latente de un volcán que exhala su respiración ardiente hacia el crepúsculo. La naturaleza no es aquí fondo estético, sino agente vivo, vibrante, activo. Como postula Donna Haraway (Staying with the Trouble, 2016), somos siempre co-constituidos con nuestro entorno: no hay observadores externos, solo actores inmersos en redes de reciprocidad material y afectiva.
En un diálogo tímico, las arquitecturas humanas aparecen también erosionadas, absorbidas por el paso del tiempo y la interpelación de la ruina. La ventana desvencijada que enmarca el árbol urbano no es simplemente un motivo pictórico, sino un dispositivo para pensar la intersección entre memoria, habitabilidad y ausencia. Georges Didi-Huberman (2000) nos recuerda que «toda ruina es una promesa»: en su apertura, en su fractura, se vislumbra la potencia de nuevas narrativas. Estas imágenes actúan como archivos afectivos de una modernidad que, lejos de consolidarse, se disgrega y se reconfigura.
La estética de la espiral —ya sea en la escalera que se enrosca hacia un único punto de luz o en la ornamentación barroca de un óculo monumental— introduce el motivo de la recurrencia y el infinito. Esta geometría somática, que resuena con las teorizaciones de Brian Massumi sobre la «dinámica afectiva» (2002), no es solo forma: es una modulación de la experiencia corporal del espectador, un vértigo contenido que invita a descentrarse y a abrazar el flujo indeterminado de la percepción.
«Topografías del Umbral» se configura como una propuesta de conocimiento situado: reconoce que todo saber —también el visual— es parcial, encarnado y posicionado (Haraway, 1988). Esta selección fotográfica articula una reflexión sobre las formas de habitar y percibir los entornos en un tiempo de crisis ambiental, de desplazamientos forzados y de reformulaciones existenciales. Frente a la tendencia extractivista de capturar el paisaje como un objeto de consumo, estas imágenes proponen una ética de la atención y del reconocimiento de la alteridad de los mundos no humanos.
La experiencia de la exposición está pensada como una travesía somática y afectiva: de la densidad arbórea a la vastedad desértica; de la espesura mineral de un cañón a la evanescencia marina bajo un muelle fantasmagórico. Cada fotografía no está cerrada en sí misma: se ofrece como un nodo vibrátil, como un umbral entre tiempos, materias y afectos. La espacialidad de la muestra remite a la «arquitectura atmosférica» de Peter Zumthor, donde el espacio no se percibe tanto por sus límites físicos, sino por sus climas emocionales.
Siguiendo las líneas de pensamiento de Okwui Enwezor, quien concibió la exhibición como «forma activa de la política de representación» (2008), esta propuesta también reivindica la posibilidad de pensar lo paisajístico no como un género neutro, sino como una arena de negociación simbólica, histórica y ecológica. La selección plantea una crítica implícita al antropocentrismo, proponiendo en su lugar una «diplomacia de especies» (Isabelle Stengers, 2010), un pacto tentativo de co-existencia sensible.
«Topografías del Umbral» es, finalmente, una propuesta abierta. No busca domesticar la complejidad de los territorios que atraviesa, sino invitar al espectador a perderse en ellos, a desdibujar las fronteras entre el adentro y el afuera, entre el humano y el no-humano, entre la imagen y su reverberación interna. La fotografía, en este contexto, se transforma en un arte del intersticio: un modo de habitar los pliegues, de rastrear lo indecible, de rendirse a la intensidad de lo efímero.
Quizá, como susurra la última imagen bajo el muelle que se funde con la niebla, el arte más urgente hoy sea el que nos enseña a habitar las transiciones, a abrazar las incertidumbres, a caminar los umbrales. Un arte que, más que ofrecer respuestas, abre espacios de resonancia y de escucha ante los latidos invisibles del mundo.