¿Quieres estar al día? Recibe noticias, reportajes y ofertas

LUIS DE CASASOLA

Obras de LUIS DE CASASOLA

LA PERSISTENCIA DE LA FIGURA: POÉTICAS DEL RECONOCIMIENTO EN LA OBRA DE LUIS DE CASASOLA

Por Antonio Sánchez. Director y curador de 1819 art gallery

En un presente saturado de imágenes transitorias y algoritmos que fagocitan el rostro humano, la obra de Luis de Casasola emerge como una forma radical de permanencia. Su práctica figurativa, meticulosa, rigurosa, de precisión casi mineral, no se ofrece como refugio nostálgico, sino como un acto de resistencia estética frente a la disolución de lo concreto. La figura, en su universo visual, no representa algo: se impone como presencia. Un cuerpo, un gesto, una textura, una mirada… son elementos de una gramática visual que se rehúsa a disolverse en abstracción o ambigüedad conceptual.

Lejos de las estrategias autorreferenciales del arte contemporáneo, la obra de Casasola asume una responsabilidad poco habitual: la de mantener abierta la posibilidad del reconocimiento. En esta decisión se entrelazan el tiempo, la memoria, la técnica y el afecto. Cada escena, cada animal, cada pliegue, cada sombra, actúa como índice de algo que ha sido intensamente observado y devuelto al mundo con una fidelidad que no busca imitar, sino exaltar. En este sentido, su trabajo se aproxima a una ética del mirar: una forma comprometida, encarnada y pausada de relación con lo real.

Desde una perspectiva curatorial expandida, podríamos entender esta colección como una epistemología visual situada, donde el conocimiento se produce no desde la teoría, sino desde la observación atenta, desde el compromiso somático con el mundo material. La curaduría no intenta encerrar las imágenes en taxonomías, sino dejar que cada figura convoque lo que Silvia Rivera Cusicanqui llamaría “saberes no domesticados”: aquellas formas de saber que no necesitan de traducción para afectar al espectador.

La figura humana, el animal y los objetos no son aquí motivos, sino sujetos. Su repetición no implica reiteración, sino insistencia ontológica. Casasola, a través de su trazo riguroso, nos recuerda que el mundo todavía puede ser nombrado sin perder su misterio. El artista se posiciona en una tradición que no elude la historia del arte, desde el bodegón barroco hasta el retrato oficial, pasando por la escultura narrativa y el realismo romántico, pero que la reinterpreta desde un lugar de observación radicalmente propio.

Esta producción no se reduce a un regionalismo costumbrista ni a una figuración localista. Muy por el contrario, hay en ella una pulsión global. En tiempos pretéritos, el artista plasmó, con puntual acierto, retratos de diversas personalidades de relevancia internacional, cuyas imágenes reposan hoy en las altas sedes de medio mundo. Entre ellas figuran Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Mijaíl Gorbachov, el Rey Fahd de Arabia Saudí, presidentes de Argelia, Kuwait y Emiratos Árabes, así como el Sultán de Omán. Este hecho, lejos de configurar una lista protocolar, da cuenta de un saber hacer que ha sabido interpelar lo político desde la sobriedad de lo representado, en un lenguaje que trasciende culturas sin renunciar a su especificidad estética.

A través de una curaduría no lineal, más cercana al montaje que a la cronología, se ha optado por constelar sentidos entre piezas que, sin necesidad de ser explicadas, convocan una experiencia sensorial densa. La exposición propone lecturas desde la afectividad, lo somático y lo narrativo. Se evita así la jerarquía temática, priorizando una estructura relacional donde el espectador es invitado a tejer asociaciones propias: entre lo humano y lo animal, entre lo técnico y lo poético, entre lo ancestral y lo contemporáneo.

Desde esta perspectiva, la colección puede leerse también como una poética de la materia. Cada pelo, pluma, fruto, tela o pupila aparece con una presencia sensorial que compromete al cuerpo del espectador. No estamos ante la representación de un caballo o un pan o un ojo: estamos ante su intensificación visual. Casasola recupera así el peso del objeto en el espacio, una estética del volumen, de la superficie como campo de inscripción afectiva. Lo visible se vuelve casi táctil.

Al mismo tiempo, hay una dimensión simbólica que se mantiene cuidadosamente dosificada. El realismo aquí no es mimético, sino interpretativo. Las obras no quieren ser ventanas al mundo, sino umbrales: puntos de pasaje entre lo visible y lo invisible, entre lo que se ve y lo que se intuye. En este sentido, su figuración está lejos de la ilustración. Se trata de una figuración ontológica, donde la forma es el lenguaje del ser.

Finalmente, esta exposición también puede leerse como una reflexión crítica sobre el lugar de la imagen en el presente. Frente a la aceleración contemporánea, Casasola propone una pausa. Frente a la virtualidad, lo encarnado. Frente a la disolución de la identidad, el retrato como gesto. Esta no es una pintura para mirar de paso. Es una pintura para demorarse. Para recordar que ver también es un acto de presencia.

En suma, esta colección no celebra el virtuosismo técnico por sí mismo, sino que lo pone al servicio de una mirada ética y poética. Luis de Casasola, desde su singular lenguaje visual, construye un archivo vivo del mundo que no se deja reducir al espectáculo ni al concepto. Un arte que insiste en que la figura todavía importa. Y que lo real, cuando es mirado con afecto y rigor, puede devolvernos algo más que una imagen: puede restituirnos el vínculo con el mundo.

Abrir chat
¿Podemos ayudarte?
Escanea el código
¡Atención al cliente!
¡Hola!
¿Necesitas más información?
¡Estamos a tu disposición!
¡Contáctanos por Teléfono o WhatsApp!
WhatsApp 📞 629 75 33 95


¡Estaremos encantados de atenderte!