DIÁLOGOS DE HIERRO, MADERA Y TIEMPO
Por Antonio Sánchez. Director y curador de 1819 art gallery
Las esculturas presentadas en esta serie componen un universo donde el tiempo, la naturaleza y la memoria convergen en un mismo plano discursivo. Cada pieza es un testimonio, una memoria material que dialoga entre lo orgánico y lo inerte, entre lo natural y lo creado por la mano humana. El artista recupera y resignifica materiales olvidados—madera tallada y piezas de metal—para darles una nueva vida, un segundo aliento. Como bien dijo el escultor Henry Moore: “El arte nunca puede ser mejor que su material”. En estas piezas, el material no solo es el soporte, sino también el protagonista de un lenguaje silencioso y resiliente.
La madera, trabajada en formas sinuosas y evocadoras, contrasta con la frialdad del metal. La organización vertical de las piezas—como si fueran totems contemporáneos—invita a un acto de contemplación ritual. Estos totems no solo rinden tributo a la materia misma, sino que también aluden a la transformación y persistencia: la madera erosionada y el metal desgastado adquieren un nuevo sentido en composiciones que evocan lo ancestral y lo eterno.
La colección tiene una fuerte conexión con la naturaleza y sus ciclos de transformación. La madera, con sus nudos y vetas, nos remite al crecimiento lento de los árboles, al paso del tiempo grabado en sus fibras. Como dijo Richard Powers: “Los árboles son el tiempo hecho visible”. Aquí, el tiempo no es una amenaza, sino un acto de paciencia y belleza.
Las piezas también evocan la relación entre humanidad y tierra, un vínculo que ha existido desde el origen de las civilizaciones. La textura natural de la madera invita a la contemplación, mientras que el metal agrega un contraste de peso y equilibrio. Esta combinación simboliza el diálogo constante entre el entorno natural y la intervención humana.
El proceso creativo del artista se manifiesta como un acto interdisciplinario en el que la historia, la naturaleza y la escultura convergen. La madera habla de lo vivo y lo efímero, mientras que el metal sugiere permanencia y fortaleza. El uso de estos materiales no es arbitrario: cada textura, cada pieza, cuenta una historia propia que se reconfigura en manos del creador.
En palabras de Constantin Brâncuși: “La simplicidad no es un objetivo en el arte, pero uno llega a la simplicidad a medida que se acerca al verdadero significado de las cosas”. Aquí, la interacción entre la simplicidad formal y la complejidad conceptual resulta en esculturas que invitan a reflexionar sobre el significado de la materia misma.
La exposición invita a una experiencia contemplativa y sensorial. Las piezas, al estar suspendidas o montadas sobre bases de metal, proyectan sombras que expanden su presencia en el espacio. La verticalidad de las obras genera una sensación de solemnidad y equilibrio. El espectador se encuentra cara a cara con formas que parecen reclamar su atención, no desde el ruido visual, sino desde el silencio del tiempo detenido.
El juego de texturas—la aspereza del metal, la calidez de la madera—provoca un diálogo táctil imaginado. ¿Cómo se siente al tacto la madera que ha resistido el paso del tiempo? ¿Qué peso tienen las piezas rescatadas, reconfiguradas? El espectador, como co-creador del sentido, es invitado a reconstruir la historia de estos materiales y a proyectar su propia narrativa emocional.
El lenguaje visual de la colección transita entre lo abstracto y lo figurativo. Algunas piezas evocan figuras humanas o formas animales, mientras que otras permanecen en un plano geométrico y minimalista. Esta ambigüedad formal refuerza el carácter abierto de las obras, permitiendo que cada espectador proyecte sus propias interpretaciones. La combinación de elementos redondos, lineales y orgánicos genera un ritmo visual que atraviesa la muestra, como si las piezas estuvieran dialogando entre sí.
El equilibrio entre vacío y materia es clave. Las piezas respiran en el espacio expositivo, y los huecos y perforaciones en el metal o la madera se convierten en puntos de fuga visual que remiten a la impermanencia: lo sólido también puede contener vacío.Esta serie de esculturas se erige como una metáfora de la resiliencia: aquello que se percibía como olvidado renace en un nuevo lenguaje visual y simbólico. Las piezas de madera, hierros, engranajes y ruedas no son simplemente materiales encontrados; son vestigios de un tiempo que se resignifica. Como dijo Käthe Kollwitz: “El arte surge donde la naturaleza y el ser humano se encuentran”.
La exposición nos habla, en última instancia, de la posibilidad de transformar el desgaste en belleza, la ruina en narrativa, y el tiempo en una presencia palpable que nos interpela desde el silencio y la forma.