SOMBRAS DE LO ETERNO
Por Antonio Sánchez. Director y curador de 1819 art gallery
Esta exposición propone un viaje pictórico a través de una cosmogonía femenina profundamente simbólica y atemporal. Cada una de las obras parte de una relectura mitológica desde la subjetividad contemporánea de la artista, evocando figuras ancestrales del panteón grecolatino y nórdico, para resignificarlas desde una mirada introspectiva, política y feminista. Diosas, reinas y bestias aparecen despojadas del relato patriarcal que tradicionalmente las contuvo, reclamando agencia, voz e intensidad propia. Así, Sombras de lo eterno se articula como un rito de visibilidad donde lo sagrado femenino se reencarna en gestos, símbolos y silencios cargados de poder.
El claroscuro, heredero del barroco y de la tradición simbólica europea, no se utiliza aquí como mero recurso técnico, sino como estrategia sensorial para hacer emerger lo invisible. La noche, lo umbrío y lo contemplativo atraviesan todas las escenas, delineando una poética que oscila entre lo terrenal y lo trascendente. El proyecto visual se enmarca en una práctica que, siguiendo los legados de Thelma Golden y Lucy Lippard, vincula iconografía histórica con experiencias afectivas contemporáneas, proponiendo una reescritura simbólica, un gesto de emancipación narrativa.
En Nuestra Señora de los Muertos, la figura de Perséfone —tradicionalmente relegada al papel de hija/esposa— emerge como soberana plena. Su gesto, austero y frontal, interrumpe siglos de silencio: la granada, símbolo de su vínculo con el inframundo, no es ya signo de sometimiento sino de poder aceptado, de autodefinición. Al señalarse el pecho, declara sin ambigüedades: “yo soy la reina”. Esta pintura resignifica a Perséfone no como víctima, sino como mediadora entre mundos, dadora de ciclos, guardiana de la transformación. La obra se convierte en una afirmación de autonomía frente a los discursos que han domesticado a las mujeres míticas.
La Cazadora se presenta como un autorretrato simbólico: la artista se representa como Diana (Artemisa), diosa de la caza, la luna y las mujeres vírgenes. La lanza, la media luna en su frente y la noche estrellada detrás refuerzan su conexión con lo silvestre y lo liminal. Pero esta Diana no es sólo la cazadora mítica, sino también una figura de infancia, de fascinación personal, de identificación profunda con una forma de feminidad libre, solar y nocturna a la vez. La imagen plantea un espejo mitológico en el que la subjetividad contemporánea se proyecta y se transforma.
En Alegoría al Estigia, el imaginario se expande hacia el inframundo griego, pero ahora desde una inversión simbólica: los protagonistas y dominios masculinos son tratados alegóricamente, desplazando el foco hacia las presencias femeninas. El Estigia —el río que separa el mundo de los vivos del de los muertos— funciona como eje conceptual. Aquí, Hades no aparece como figura autoritaria, sino como atmósfera, como entorno opresivo que rodea a las figuras femeninas. La escena sugiere una crítica sutil a la lógica de poder masculino, revelando en cambio la experiencia de transitar, de habitar y resistir lo oscuro desde lo femenino. Es una alegoría donde el cuerpo femenino es tanto mapa como testigo del límite.
Los ojos de Odín traslada el imaginario al ámbito de la mitología nórdica. En esta obra, el dios Odín no se representa directamente, sino que se sugiere a través de sus cuervos Hugin y Munin —pensamiento y memoria—, que observan, vigilan y portan su sabiduría. La pintura configura una atmósfera de introspección y enigma. El cuervo, tradicional símbolo de muerte y conocimiento, se convierte en depositario del poder simbólico. La elección de abordar lo masculino como alegoría es coherente con la poética general del conjunto: descentrar lo patriarcal sin negarlo, y permitir que las imágenes femeninas asuman el centro de la escena simbólica.
Las obras activan un cruce fértil entre historia del arte, mitología comparada, filosofía del cuerpo y estudios de género. El conjunto puede leerse en clave bachelardiana —como una poética del espacio interior y nocturno— pero también desde los estudios feministas contemporáneos que revalúan los mitos desde la agencia de las mujeres (como en los trabajos de Camille Paglia o Silvia Federici). El tratamiento matérico, el dominio de la técnica pictórica clásica y el ritmo visual de cada composición recuerdan las estrategias narrativas de Odilon Redon, Remedios Varo o Leonora Carrington, pero con una contención emocional propia del retrato renacentista.
El recorrido se plantea como un tránsito iniciático. Cada escena puede entenderse como un umbral simbólico: la noche estrellada de lo heroico (Diana), la penumbra interior del duelo (Perséfone), la suspensión alegórica del inframundo (Estigia), y el silencio de la animalidad que todo lo observa (Odín). La disposición de las piezas y la iluminación deben favorecer la inmersión, el recogimiento, la introspección visual. El espectador no solo mira, sino que es convocado a descifrar, a proyectarse, a atravesar.
Sombras de lo eterno no es simplemente una serie de imágenes mitológicas. Es una reescritura sensible y lúcida sobre la memoria femenina, sobre el poder de habitar la noche no como amenaza, sino como territorio fértil de sentido. Una noche donde los ojos de los cuervos, las manos que sostienen granadas y las lanzas que apuntan al cielo se entrelazan para contarnos una historia que ya no es de dioses, sino de cuerpos que resisten, que recuerdan, que eligen.