ENTRE LO SAGRADO Y LO COTIDIANO.
UNA CARTOGRAFÍA DEL ALMA Y LA MATERIA
Por Antonio Sánchez. Director y curador de 1819 art gallery
El arte es, ante todo, un espacio de narración visual, donde lo simbólico y lo real se entrelazan en una construcción que nos invita a una experiencia más allá de la imagen. En esta colección, la pintura no es simplemente representación, sino un tejido de significados que conecta lo mítico con lo mundano, lo sagrado con lo cotidiano, lo figurativo con lo abstracto. Lo que se despliega aquí no es una simple exploración de estilos o temas, sino un intento de capturar la complejidad de la existencia a través de un lenguaje visual que oscila entre la ornamentación detallada, la expresividad cromática y la evocación de lo trascendente.
A primera vista, se pueden identificar dos grandes ejes conceptuales en esta serie: por un lado, el universo simbólico, donde las referencias al arte sacro, al modernismo dorado y a la espiritualidad en sus múltiples formas emergen con fuerza; por otro lado, la exploración de lo cotidiano, donde la vida simple y sus escenas íntimas adquieren una dimensión casi ritual, una celebración del instante fugaz. Estos dos polos no son contradictorios, sino complementarios, configurando una colección que nos habla tanto del misterio como de la familiaridad.
La primera línea temática que estructura esta colección es la del simbolismo, el misticismo y la herencia del arte sacro. En estas obras, la presencia del oro no es solo un recurso estético, sino un elemento conceptual que nos remite a la tradición bizantina, al modernismo vienés y a la pintura sacra del Renacimiento. Esta estética, que encuentra su mayor exponente en la obra de Gustav Klimt, aquí se reinterpreta con una sensibilidad contemporánea, donde los patrones geométricos y los fondos ornamentales no son meros decorados, sino parte integral del lenguaje visual que da cuerpo a una realidad suspendida entre lo divino y lo humano.
El dorado, históricamente vinculado con la espiritualidad y lo incorruptible, se entrelaza con formas orgánicas que parecen moverse entre lo celeste y lo marino. La pintura no busca solo representar figuras, sino rodearlas de una atmósfera que amplifica su presencia, que las inscribe en una dimensión donde lo tangible se difumina en lo simbólico. Las referencias iconográficas refuerzan esta idea: los halos, las composiciones de inspiración medieval, la disposición frontal de los personajes, todo parece hablarnos de un tiempo distinto, uno donde la imagen tenía un poder ritual, una capacidad de invocar lo sagrado.
Sin embargo, estas obras no se limitan a la tradición, sino que la transforman. A diferencia del arte sacro clásico, aquí las figuras no son estáticas ni inalcanzables, sino cercanas, humanizadas. Hay una fusión entre lo divino y lo humano que nos recuerda que la trascendencia no es un estado separado de la vida, sino una dimensión que la atraviesa constantemente.
Frente a la solemnidad de la pintura simbólica, la colección nos ofrece otro registro donde lo cotidiano se convierte en protagonista. En estas obras, la escena doméstica, la danza, la convivencia y el juego adquieren una importancia que nos recuerda la tradición del costumbrismo, pero con un giro particular: no se trata de una mirada documental ni anecdótica, sino de una exaltación de lo íntimo.
La paleta de colores cambia, alejándose de la sobriedad del oro y acercándose a tonos vibrantes, casi festivos. Los personajes, lejos de la quietud hierática de las piezas más simbólicas, se entregan al movimiento, a la risa, a la conexión con el otro. Aquí, la belleza no radica en lo monumental, sino en los pequeños gestos, en la complicidad compartida, en la vitalidad de los cuerpos en acción.
Lo más interesante de esta línea dentro de la colección es que no se limita a la simple representación de la vida cotidiana, sino que la carga de una energía casi ritual. Pintar en la cocina, bailar en casa, compartir momentos familiares se convierten en actos con un peso específico, en pequeñas ceremonias donde la alegría y la ternura se elevan a la categoría de lo esencial.
Si bien la figuración domina en gran parte de la serie, también encontramos momentos donde la pintura se desprende de la necesidad de representar algo concreto y se entrega a la expresión pura del color y la forma. Estas piezas, que podrían situarse dentro de una tradición abstracta lírica, nos hablan de la energía, del flujo, de la vibración de los tonos en el espacio.
Aquí, la línea deja de ser contorno y se convierte en movimiento, en ritmo. Los colores se entrelazan como si fueran corrientes de agua o ráfagas de viento, evocando una sensación de inestabilidad y dinamismo. Esta dimensión abstracta no es un simple respiro dentro de la figuración, sino una parte esencial de la colección, ya que nos recuerda que la pintura no necesita siempre contar una historia concreta para transmitir una emoción.
El contraste entre estos momentos abstractos y las obras más narrativas crea una tensión interesante dentro de la serie. Mientras que en unas piezas la imagen es clara y nos conduce por un camino visual definido, en otras la experiencia es abierta, sensorial, dejando al espectador la libertad de interpretar, de sentir sin necesidad de descifrar.
Lo que hace que esta colección sea particularmente rica es la forma en que combina estos distintos registros sin perder cohesión. No es una simple agrupación de obras, sino una exploración de lo humano desde distintos ángulos: desde la espiritualidad, desde la cotidianidad, desde la pura emoción del color. Cada pieza aporta una pieza distinta a este mapa visual, generando un relato donde lo mítico y lo doméstico se encuentran, donde la pintura se convierte en un espacio de revelación y celebración.